Padres de familia considerarían “peligroso” el ingreso de una alumna al Bolívar. El tema se me quedó dando vueltas hasta que la realidad me hizo retomarlo, al leer que el Director de ese establecimiento había puesto evidentes trabas Al traspaso que esa alumna solicitaba.
Me preguntaba cuáles son los peligros de ser mujer y porqué siendo mujeres corremos esos peligros.
Efectivamente, es peligroso ser mujer en una sociedad cuyas autoridades son patéticamente tolerantes con personas y grupos sociales que expresan acciones y opiniones de odio hacia la mujer.
Patéticas digo, porque por una parte mediante las leyes, se pretende construir una sociedad equitativa, que nos gusta verbalizar.
En sentido de construcción contrario, quiero decir, destruyendo aquello que se intentaba con las leyes, administradoras(es) y operadoras(es) que debieran buscar y proteger el cumplimiento de estas leyes, con su tolerancia o complicidad e incitando, construyen una sociedad violenta.
Si bien me voy a referir en esta columna a situaciones que ocurren en nuestro contexto, este encontronazo entre las intenciones y los actos, nos atraviesan como sociedad.
Es peligroso para la alumna del ejemplo, vivir en una sociedad en la que sus convivientes y otros consideran ese colegio “su” territorio y a “sus” preferencias por encima de leyes que rigen (dicen). Se tornan mucho más peligrosas sus condiciones de existencia, cuando las autoridades enfrentan este posicionamiento agresivo con una tolerancia que casi parece acuerdo. Así no se transforman las sociedades ni se construyen estados plurinacionales.
La situación de peligro trasciende y la de prevención no lo hace, porque esta alumna vive una situación agresiva contra su “ser”.
Y la campana de peligro adquiere resonancias, porque autoridades, ¡ay! algunas de ellas mujeres, actúan para excusar a un mete manos que ya antes pretendió meter lengua en espacios femeninos y públicos, lo mantienen como aliado y proclaman como suyos candidatos, y, ¡ayayay! candidatas, que en realidad “son” de él.
Difícil para una mujer vivir en una sociedad con lideresas que proclamaron valores de equidad de género y que, ya en el poder, acuden prestas a cubrir la desnudez del rey puesta en manifiesto a través de traviesas coplas. No se construyen nuevos mundos encandilados por la seducción de poder de los mundos antiguos, tan criticados ayer como tan reproducidos ahora.
Cuando hemos logrado construir equidades, sigue siendo peligroso, y extenuante, ser mujer con capacidades diferentes, adulta mayor, migrante, encarcelada, hija de padres encarcelados, niña, adolescente, con una familia que no sea la nuclear, tener comportamientos adictivos, obesa, enana o con enfermedad mental. Pese a que algunas mujeres están ejerciendo poder, la diversidad de mujeres nombradas siguen invisibles para la agenda pública.
Estas y otras diversidades de mujeres están también invisibles en movimientos consolidados o emergentes como las de los pueblos indígenas o los de la juventud. Difícil entender cómo es que ocurre que quienes proclaman la dialéctica, insisten en continuar con la mecánica aplicación de un sectarismo. Peligroso ser mujer y divergente. Porque la divergencia, la reflexión y la crítica no son producto de la razón sino del sentir. Y la sociedad normalizadora eso lo castiga con una rigidez que pone en aguas su carátula de revolucionaria.
En tiempos electorales y de cambio, peligroso ser mujer en una sociedad que de nosotras ve solamente la vagina y que limita su visión de las diferencias entre lo masculino y lo femenino a cambios de forma. Las crisis que viven nuestras sociedades claman por el venir de los valores y cualidades de la femineidad. Esta es la lucha de género que se mantiene pendiente.
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