3.7.17

Recuerdos de mi escuela "Carmela Cerruto"

Mi escuela "Carmela Cerruto" no se parece en nada a la que era hace 45 años, cuando la vi por primera vez. Cuando uno oteaba hacia el Sur se encontraba con una mezcla de imágenes propias del surrealismo mágico: La inmensidad del altiplano, un par de fábricas de ladrillos abandonadas, el espejismo del lago Uru Uru y una soledad desafiante.

Fue fundada el 20 de febrero de 1956 y era la primera en la zona Sur de Oruro, que a lo largo de su historia cobijó a miles de estudiantes que cursaban básico e intermedio. Allí pasé 9 años de los cuales guardo los recuerdos más perdurables porque he conocido a mis amigos de toda la vida, a buenos y malos profesores.

Los 70 eran épocas en las que se vivía con mucha libertad, sin televisión y lejos de la sobreprotección de los padres. En las mañanas, o en las tardes, los estudiantes íbamos a clases ufanos, caminando o corriendo por sus calles polvorientas, pateando piedras o latas. No había microbús que nos lleve a nuestra escuelita, entonces enclavada en la pampa agreste del altiplano, como dice su himno. No había desayuno escolar y en el recreo le gambeteábamos al hambre con una tayacha, crespete, pito, helado seco, o unas empanadas muy ricas.

La mayoría de los educadores tenían esa rígida mentalidad colonial que "la letra con sangre entra", basada en la repetición de frases y conceptos, como la profesora de sociales, Karina Palacios de Ovando, que nos agarraba a "sopapo limpio" a quienes no memorizábamos alguna frase.

Pero había peores. El profe de manualidades, Oscar Fajardo, nos infligía castigos iguales o peores que en el cuartel: A los que hablaban en clase les metía piedras en la boca y a los ch´achones les ponía al chancho. El de música, Filiberto Auza, que venía en su "Cadillac" negro, siempre de traje y corbata, nos daba cocachos, con ese enorme anillo de oro que tenía en la mano derecha, a los que desafinábamos en el coro.

Cómo olvidar al educador Severo Rosales, que nos narraba con nostalgia que en la Guerra del Chaco los paraguayos le tomaron prisionero, pero aprendió el guaraní que fue su pasaporte para escapar a Bolivia. Su esposa Martha de Rosales también enseñaba con mucho tesón.

También teníamos profesores revolucionarios como Donato Bacarreza, de matemáticas, que un día nos espetó, a propósito de la letra del himno nacional: ¿Ustedes creen que somos un país libre? A ver ¿Quiénes tienen ducha? preguntó. Nadie levantó la mano. "Cuando todos tengan una ducha, cuando todos tengan comida para saciar su hambre, entonces, seremos un país libre, por ahora no". ¡Profe, cuánto le admiramos!

Una vez, ya en el ciclo intermedio, una normalista fue a hacer sus prácticas y nos relató el cuento más triste de nuestras vidas: De los Apeninos a los Andes. Todos lloramos. Ahora que recuerdo, ningún educador nos hizo leer ninguna obra que nos transportara a otras realidades y mundos fantásticos.

Entre los directores traigo en la memoria a Juana Oroza de Rojas, Félix Beltrán Mancilla, Eusebio Tórrez Ledo, Félix Zenteno; a maestros como Ruperto Encinas Mercado, Teófilo Quispaya, Ruth Castro, Domingo Choque Quispe, Lourdes de Blacutt (Educación Física), que un día le hizo pasar clases en calzoncillos al Orellana. Cómo no mencionar a la entonces regenta Ruth Quispe, ahora profesora en la escuela.

A la salida de clases, todos marchábamos dos cuadras (subiendo por la calle Bullaín) y al final los profesores gritaban: ¡Retirarse! Todos contestábamos "Viva Bolivia". Nosotros le agregábamos:¡Muera Chile, c…! De ahí vienen nuestros odios inconciliables hacia el Mapocho.

En la escuela he conocido a los amigos de toda la vida. Recuerdo con especial cariño a Fernando Cáceres, quien jugaba al básquetbol como pocos, cuya explicación era simple: la cancha estaba dispuesta para él las 24 horas porque era hijo de la señora Isabel, portera de la escuela.

Cómo olvidar a Luis Choque, que años después fue el hombre de los mil oficios porque fue zafrero, heladero, albañil, minero, costurero y un eterno enamorado de una compañera. ¿Qué le hiciste "Teito" que no te olvida y sigue llorando por vos? No me olvido de Ramiro Montero, amigo de una sonrisa eterna, habilidoso pelotero y el lavador oficial del "Cadillac" del profe de música. Con ambos me encontré hace poco en Buenos Aires y recordamos nuestro paso por nuestra escuelita, a los amigos que fallecieron y a nuestros primeros amores. También anda por allá Vladimir Choque, hijo de nuestro profe de "mate", Domingo Choque.

Evoco a compañeros como Remigio Velásquez, Vladimir Choque, Germán Mamani, Eddy Fernández, Wilfredo Saca, Juan Caichoca, William Ayaviri, Julio Ulloa, Raúl Fuentes, Willam Magne Flores, Desiderio Soto, René Ramirez Frontanilla, Miguel Orellana, Grover Villanueva, Víctor Merino, Sergio Montaño, Francisco Calle, Hernán Soliz, Magdalena Pérez, Teodosia Llusco, Rosa Guzmán, Lourdes Lucana, Macedonia Contacayo, Lilian Sosa, Ely Coca, Ercilia Caracila, Olivia Quispe y Mery Rodríguez. Cómo dejar de lado a los que venían en tropel del barrio Quechisla: Freddy Peñaloza, Freddy Pacheco, Luis Zelaya, Juan Carlos Segovia, Miriam Pacheco y otros.

Cómo borrar de la memoria a los hermanos José Luis y María Eugenia Ortega, cantores infaltables en las horas cívicas y en los festivales de música. Cómo olvidar a Roberto Escóbar, que tocaba el charango como los dioses. A esa pléyade de músicos se sumaba Silvia Prado.

Muchos ya no están entre nosotros. Germán Mamani murió trágicamente en un accidente de tránsito; Wilfredo Saca tuvo un destino fatal en las turbulentas aguas en el Chapare y Luis Zelaya falleció electrocutado. El caso más conmovedor es de Freddy Peñaloza, quien peleó con todas sus fuerzas contra el cáncer y exhaló el último suspiro después de acompañar a su hija en el acto de su graduación.

En nuestra escuelita todos éramos hijos de migrantes, mineros y comerciantes que pasaban estrecheces económicas y dificultades, pero le quitábamos gravedad al asunto jugando a las escondidas en las casas abandonadas, en las ladrilleras, al chorro morro y al fútbol.

Y me acordé de mi historia ─que también es la historia de muchos compañeros─ porque con algunos nos encontramos y me cuentan que son prósperos comerciantes o profesionales y a quienes abrazo con estas palabras que me brotan del corazón. A los profesores que forjaron nuestros sueños y a nuestra escuelita que nos cobijó durante tantos años.

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