De la noche a la mañana, escuelas, colegios, institutos e incluso centros de educación superior, como universidades cerraron sus puertas y dejó de escucharse la bulliciosa, pero necesaria interacción de profesores y alumnos.
El 12 de marzo, es decir, hace casi tres meses, el gobierno de Jeanine Añez dispuso la suspensión de actividades académicas, tras la llegada de los primeros casos de coronavirus al país.
De pronto, maestros, y alumnos se vieron frente a frente en una pantalla y esta vez sumaron a un tercer actor: los padres y madres de familia.
A estas alturas, hay maestros que lograron captar la atención de sus alumnos con creatividad y empeño, pero otros todavía lidian con la indisciplina virtual. Y entre los estudiantes hay quejas por la metodología, por la cantidad de tareas y por la falta de megas para navegar.
Y, ni qué decir de los padres, que deben repartir sus labores entre ayudar a los hijos con las abundantes tareas, el trabajo de la oficina que ahora se ha instalado en la casa y las labores domésticas. No es fácil para nadie.
Ángel Aruquipa y Óscar Trigo, profesores de Matemáticas del ciclo secundaria preparan sus clases virtuales.
Maestros bajo la lupa
La profesora de kínder Marianela Calderón cuenta que los padres de familia y la población ahora se están dando cuenta que la labor de los maestros no es sencilla; porque con mucho amor y paciencia se reinventan cada día. “Esta época nos ha tocado duro, hemos tenido que ver las mejores formas de llegar a nuestros niños”, señala.
Dice que esta etapa es de mayor desafío y trabajo para los maestros porque “se debe pensar muy bien para llegar a ese niño y enseñarle más que contenidos, desarrollo de habilidades para que puedan seguir aprendiendo”.
Alberto (cuyo apellido pidió guardar en reserva), profesor de nivel secundario, no es tan optimista. Se queja porque en la educación virtual la conducta de varios alumnos “deja mucho que desear”. Asegura sentirse con las manos atadas para realizar cualquier reclamo o acción correctiva porque los padres de familia amenazan con denuncias al Ministerio de Educación.
“Los alumnos no me atienden en las clases virtuales, encienden y apagan pantallas argumentando que se fue la señal, juegan, ríen y ante cualquier llamada de atención por parte mía me dicen que se quejarán con sus papás o irán al Ministerio. Me siento desmotivado porque no tienen en cuenta que me cuesta preparar material para que mis clases sean comprensibles”, se lamenta.
Carola Gutiérrez, maestra de primaria, opina que la educación a distancia se debe planificar y organizar metódicamente, lo cual incluye cursos de adiestramiento y formación. “La pandemia nos halló más indefensos en La Paz, tuvimos que improvisar y poco a poco conectarnos con nuestros colegas para coordinar lo mejor posible esta difícil gestión escolar”.
A su ardua faena educativa, los maestros añaden la propia atención a sus hogares e hijos; además de la realización de tareas domésticas. Deben hacer malabarismos para equilibrar el tiempo y que el día alcance para todo.
Estudiantes aislados
Para los estudiantes tampoco está resultando fácil esta experiencia. Estudiar “encerrados”, sin posibilidad alguna de socializar con sus compañeros y la mayoría de las veces en la incomodidad de un espacio reducido, deprime y resulta un grave problema para la concentración y obtención de buenos resultados en el aprendizaje. Los alumnos están más preocupados en terminar las tareas –que en muchos casos son excesivas- en lugar de querer aprender.
Celia Pérez, estudiante de secundaria, contó que en su colegio se utiliza la plataforma zoom para clases de determinadas materias, sobre todo para “las más complicadas, con números”; classroom para las explicaciones y WhatsApp para el envío de tareas o prácticas. “Es complicado aprender; es fácil distraerse o engañar al profesor. También ocurre que se acaban los megas o la señal de wifi y los maestros nos quitan puntos o no hacen valer la tarea”, dice.
Otro alumno de una escuela fiscal (pidió reserva de su nombre) señala que los contenidos de materias y tareas le llegan por WhatsApp únicamente. “Los profesores mandan los deberes por toneladas y no quieren escuchar razones cuando alguien dice que no tiene celular o debe prestarse de su papá. Además, sólo quieren cumplir con lo programado para este año, sin importarles lo que vivimos en nuestros hogares”, se queja.
Finalmente, un pequeño de seis años de edad expresa que aprende a leer y escribir con la ayuda de su tía porque sus papás y hermanos están ocupados en otras labores cotidianas.
La profesora de Psicología y Filosofía Mavedi Araníbar revisa tareas enviadas por sus alumnos a la plataforma del colegio.
Los padres, los nuevos protagonistas
La educación virtual puso en la palestra a nuevos protagonistas: los padres de familia, que sin duda son los que más conducen ahora el proceso de aprendizaje de sus hijos.
Carmen Apaza, madre de niños de un colegio fiscal señala que sus hijos sufren lo indecible con este tipo de enseñanza. “Aparte que no disponemos de computadora, los profesores les envían tanta tarea por WhatsApp que se la pasan escribiendo horas de horas para luego fotografiar y enviar los deberes”. Comentó que al margen de realizar sus labores diarias en su hogar debe revisar e incluso ayudar a hacer las tareas escolares.
Luciano López relata cuánto sufre por esta nueva realidad. “Como padre de familia estoy resignado a esta forma de educar; sin embargo, sufro porque mis niños aparte de realizar sus tareas tienen que ayudarme en mi actividad diaria, soy obrero. Hay momentos en que quiero rendirme, pero no puedo, debo seguir guiándolos y enseñándoles lo que no pudieron entender al profesor”, dice.
Según Ximena Rodríguez, madre de familia de dos niñas, en el caso de los más pequeños las dificultades han sido mayores porque si bien los maestros elaboraron muchos materiales, fueron los padres y especialmente las madres de familia quienes tuvieron y aún tienen que enseñar a sus hijos.
A tiempo de agradecer por el esfuerzo de los docentes, Rodríguez señala que la brecha en la enseñanza entre colegios particulares y fiscales creció. “Han entrado en desventaja muy grande por la diferencia en los avances de los programas de cada nivel y creo que los gobiernos central y local deberían tratar de nivelar”, puntualiza.
Tania Hassenteufel, madre de familia de un niño de quinto grado de primaria, tiene una mirada positiva de este tipo de enseñanza. “Hay semanas que trabajan directamente con el docente y otras que todos se enganchan a un tema y lo disgregan y los chiquitos investigan y participan”, relata.
Cecilia Uriona cuenta que al principio se presentaron tropiezos en el colegio al que asisten sus hijos, pero actualmente todo está controlado con las herramientas que utilizan los maestros y permiten tener las tareas organizadas en un solo lugar.
“Los profesores han tenido que adaptarse a la nueva realidad y si a veces era difícil controlar un curso de manera presencial, a
hora debe ser mucho más cuando la interacción es solamente a través de una pantalla. Los maestros se esfuerzan para que los chicos entiendan lo que se quiere enseñar”, destaca.
Martín Torrez señala que ni los profesores y menos los alumnos estaban preparados en La Paz para recibir a la Educación Virtual y agrega que muchas universidades desarrollaron esta forma de educación con buenos resultados, pero les tomó años poder consolidarla.
Opina que la propuesta de los colegios bolivianos es muy pobre porque los profesores se vieron forzados a improvisar este tipo de enseñanza y los alumnos no aportan para que ésta sea productiva.
“Es triste, pero es la realidad. Pienso que los colegios tendrían que esforzarse más en capacitar a los profesores en esta modalidad y que el Ministerio de Educación debería proporcionar a los colegios licencias para usar plataformas adecuadas”, comenta.
Damián Jiménez apunta que su hija pasa clases virtuales diariamente que disfruta mucho y en el caso de su hijo menor, máximo dos veces al día porque “la idea del colegio es que no se aburran mucho". Menciona además que existen profesores realmente geniales que hacen buen seguimiento y adicionalmente se cuenta con un buen acompañamiento de psicólogas que sin duda son muy importantes para lograr un aporte emocional en estos momentos.
La educación virtual también impacta en la salud, especialmente en la vista, al respecto el oftalmólogo Luis A. Rodrigo recomienda tener distancia entre los ojos del operador y de la pantalla de la PC de unos 50 centímetros y para el celular un espacio de 30 a 35 centímetros; evitar uso de monitores a oscuras; parpadear frecuentemente y luego de un par de horas descansar 10 minutos sin pantallas.
La tecnología que excluye
La tecnología disponible es bastante generosa, permite armonizar una serie de recursos digitales (libros electrónicos, vídeos, audios e imágenes) y virtuales (plataformas, tutoriales, redes sociales, videoconferencias, correo electrónico, chat) para llegar al estudiante con todo lo que requiere para realizar el curso, aprender la materia.
La profesora Marianela Calderón menciona algunas plataformas que permiten el desarrollo de competencias y habilidades como
Google Classroom; Microsoft Teams; Go to meeting; Zoom y EVA de Santillana, entre algunas.
Sin embargo, estas prácticas “on line” implican también disponer de medios tecnológicos adecuados al internet y esa solución excluye a estudiantes e incluso a profesores con pocos recursos económicos.
“No dispongo de una computadora en mi casa y los textos que me llegan de mis profesores son tan largos y las imágenes tan pequeñas que no puedo aprender todo lo que intentan enseñarme mediante mi celular. El crédito se me acaba o se va la señal de internet. Al año paso a secundaria y creo que llegaré mal preparado o tal vez me aplace, todo me desmotiva”, dice Gustavo, niño de 11 años.
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