El método de enseñanza de Hroub, quien creció
en el campo de refugiados de Dheisheh, situado en el sur de la ciudad cisjordana de Belén, aboga por la educación en la no violencia
a través de juegos que fomentan la resolución de conflictos y la disminución de la tensión.
"En Palestina la violencia es algo cotidiano y esto afecta profundamente a los niños. Ellos absorben todo lo que ven en las calles y se vuelven violentos
y desconfiados", explica Hroub en una entrevista
en Santiago de Chile.
Su relación con la educación empezó hace 16 años durante la segunda Intifada, cuando una tarde, tras salir del colegio, sus hijos presenciaron el momento en que unos soldados israelíes dispararon a su padre.
"Esto fue muy duro para ellos. Vieron cómo los soldados se reían tras haberle disparado. A partir de ese día nuestra casa se convirtió en un infierno. Los niños no querían salir a la calle
y por las noches lloraban
y gritaban. Empezaron a aislarse en sí mismos. Fue entonces cuando me dije:
tienes que hacer algo".
Hroub decidió comenzar a inventar juegos para devolverles la confianza perdida y a invitar a jugar a su casa algunos niños del barrio. Poco a poco el comportamiento negativo de sus
hijos empezó a cambiar, mejoró su autoestima y,
finalmente, fueron capaces de volver a la escuela.
"Después de terminar con mis hijos pensé que podía ayudar a otros niños que hubieran pasado por experiencias similares. Los profesores no estaban preparados para este tipo de situaciones así que decidí estudiar educación primaria", explica.
Cuando finalizó sus estudios trasladó su metodología de aprendizaje a las aulas de una escuela pública de la pequeña ciudad de Al Bireh, cercana a Ramala. Los juegos que consiguieron "salvar" a sus hijos empezaron a cuajar también entre los pequeños que sufrían transtornos de conducta producto de la violencia.
"Lo más importante es que a través del juego el niño se relaja y se empieza a encontrar cómodo y seguro entre las paredes de la clase. Esta sensación de seguridad empieza a reflejarse en su comportamiento. Al cabo de poco tiempo los niños son más cariñosos y menos violentos", relata.
La delicadeza pueril de su cuerpo contrasta con la firmeza y seguridad de sus palabras. Sus ojos brillan con la intensidad propia de quienes están convencidos de luchar por la más justa y noble de las causas. "Nuestros niños tienen que entender que la única arma válida es la del conocimiento y la educación. La violencia no lleva a ninguna parte", dice.
Los logros de su método han traspasado fronteras y la han hecho merecedora este marzo del concurso internacional de enseñanza Global Teacher Prize de la Fundación Varkey, considerado el "Nobel" de la Enseñanza, que desde hace dos años entrega un millón de dólares al docente que ha hecho una "contribución sobresaliente a su profesión".
"Este es un logro gigante, no solo para mí sino para todos los educadores. Es un logro a nivel político, social y económico. Como profesora palestina me siento muy honrada de haber ganado este reconocimiento", recalca.
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