Obviamente que para asumirla de esa manera hacían falta mínimamente dos cosas, primero, tener la capacidad de ajustarla, modificarla, instrumentarla, etcétera, en procura de potenciarla y, de esta manera, alcanzar salidas adecuadas y satisfactorias a las crisis. Y, más importante aún, tener la confianza y la convicción necesarias para apostar por ella y de que estos ajustes nos asomaran a dichas salidas.
Ambas cosas, parece una exageración, se han diluido hoy. Ha podido más los temores que ha despertado la abrupta crisis provocada por la pandemia, asomando a la educación a un momento de la historia en el que se ve sumida en la miseria.
Miseria que nos muestra que subsisten dos tipos de educación, una urbana y otra rural. Develándose que ninguna es mejor o peor, ambas son simplemente débiles. Un poco más, habrá que decir que la educación en nuestras escuelas rurales, que más allá de las heroicas proezas de docentes comprometidos, se ha visto literalmente detenida.
Extemporánea y alejada de las posibilidades que otorgan las tecnologías digitales en la web. Tanto igual las escuelas en las ciudades han seguido, sin son ni ton, entre la necesidad irresuelta de fortalecer las capacidades de los maestras y maestros, para afrontar y llevar adelante la educación virtual. El desafío urgente de democratizar el acceso al internet. Y la incógnita de develar el modelo de educación que se sigue. La Covid-2019 ha arrasado con el constructivismo y el modelo sociocomunitario.
Miseria que nos muestra que se ha priorizado una salida política a la crisis sin tomar en cuenta que se rompe la esencia inherente de la educación. Está, más que cualquier otro sistema, responde a los deseos y aspiraciones de realización de miles de niñas, niños y jóvenes. De familias y comunidades. De pueblos y estados. Clausurarla es igual a clausurar el derecho de los mismos a soñar, a pensar, a desarrollar sus capacidades y potencialidades. Cómo y cuándo se repone ello. Aquí se ha abierto una deuda. La deuda de la generación Covid-2019.
Y, tal vez, la miseria más inquietante y desesperanzadora sea la falta de ideas y medidas adecuadas con que se asume el conflicto. Cual si se tratase de un bulto molesto del que hay que deshacerse se cierra la gestión escolar, poniendo en entredicho la capacidad de los gobernantes para enfrentar este asunto. Y asomándonos a un dato que ha sido irónicamente recurrente en la historia de Bolivia: jamás ningún gobierno ha percibido la importancia sine qua non de la obra educativa: crear, producir y transformar. Abriendo una angustiante sensación de incertidumbre. ¿Qué debemos esperar de aquí al futuro?, ¿cuál será el futuro de las escuelas?, ¿hacia dónde debemos encaminar los esfuerzos?
José Zegarra Siles es pedagogo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario