Ese “mal social” no sólo toma cuerpo en la escuela con el bullying, sino que se manifiesta en el ámbito familiar a través del maltrato hacia las mujeres, niños y adolescentes, en el ámbito laboral con el mobbing o acoso laboral, el acoso sexual, la discriminación en la política, en las calles y demás espacios de convivencia: donde las formas y rostros de la violencia, son diversas y a veces muy perversas para imponerse.
En todos los casos se trata de utilizar una posición de poder como individuo o grupo, para abusar de otra/o más débil (física, verbal, simbólica, social y/o psicológicamente) de forma recurrente e intencional, con el propósito explícito de lastimar, humillar y vencer. Este proceso conlleva victimización psicológica y rechazo social en quienes lo sufren. Se trata de quebrantar los mínimos derechos democráticos que cualquier ser humano tiene a no ser maltratado ni abusado de ninguna manera. Y todo ello, en público y con la complicidad de quienes son testigos silenciosos o activos del maltrato.
“No quiero ir al colegio” puede ser un síntoma de que un niño o adolescente está en problemas. Otras veces aparecen dolores indefinidos, malestares diversos, tristeza, llanto o dificultades para salir de la cama: “el síndrome del día domingo”. Pero ese deseo de no ir al colegio podría estar aludiendo, no a dejadez, irresponsabilidad, flojera o cosas que tengan que ver con alguna materia, sino a la relación con sus pares, algo que para niños y adolescentes suele ser de vital importancia.
Es en esta relación, que el bullying aparece y funciona, donde se arma la estructura con las tres puntas: agresor, víctima y mirones. Esta es la triangulación que nutre el maltrato físico, verbal, emocional, social –que no por no dejar moretones visibles deja de ser tremendamente violento. Una forma de violencia relativamente nueva y de mucho poder pues concentra la violencia verbal, psicológica y social, y que lamentablemente es muy común hoy en día es el cyberbullying. Por sus características –el anonimato que brinda el Internet al agresor, que no necesita estar cerca ni cara a cara con la víctima, la velocidad en la que se propaga el mensaje destinado a lastimar, la casi “perpetuidad” en la que queda el mensaje difamador–, el cyberbullying puede llegar a ser el más agresivo, pues deja una secuela de dolor, miedo e indefensión difícil de borrar.
Pero, ¿es toda violencia entre pares en la escuela acoso escolar? ¿Cuáles son las evidencias que nos dicen que determinado caso es uno de bullying y no un conflicto?
Es natural y hasta saludable que se genere conflicto en cualquier ambiente en el que haya interacción entre pares, más aún en lugares y en situaciones en las que se promueve el desarrollo individual y social. El conflicto, si es entre iguales, no hay desequilibrio de poderes, empieza y termina pronto, surge por una razón específica que puede o no resolverse, pero se circunscribe a ella. En el bullying, en cambio, se elige una víctima al azar (por alguna razón o ninguna) y ésta es atacada sistemática y repetidamente por uno o varios agresores, con la intencionalidad explicita y planificada de hacer daño, lastimar y humillar; hay –y se cultiva– la desigualdad de poder: una víctima débil y uno o varios agresores más fuertes física, psicológica o socialmente; la agresión es sostenida, se repite a lo largo del tiempo y su meta es crear una la relación perversa de dominio-sumisión.
¿Quiénes pueden ser víctimas del bullying? Cualquiera. Lo viven estudiantes de ambos sexos y muchas veces, el grupo que sostiene al agresor es mixto; lo que los diferencia son las formas. En los hombres es más la violencia física; en las mujeres es la exclusión social y el maltrato verbal y muchas veces es una tejido enredado y complejo de varias formas de maltrato.
¿Qué se puede hacer? No hay una receta única, pues cada caso, cada familia involucrada, es un mundo único y cada establecimiento, es una cultura institucional única y particular, donde se crean casos específicos. Lo que está claro, es que en los colegios y escuelas se debe trabajar, de manera permanente y sostenida, con los involucrados en cualquiera de las tres puntas y con todos los que hacen a la comunidad educativa: padres, docentes y alumnos.
Cual sea la forma en que se manifieste el acoso entre pares, tanto el agresor como la víctima, están mostrando síntomas de algo que está en sus vidas –en el presente o en el pasado–, en sus historias de vida. Ser la víctima o el/la agresor/a y hasta “simplemente” el/la testigo probablemente sea la forma de pedir ayuda y está claro, que todos necesitan apoyo: una escucha activa, entender lo que hacen, por qué lo hacen y sus consecuencias y orientación y guía para modificar sus actitudes. Es muy importante incluir en este proceso a sus familias. Cualquiera que fuera el sistema familiar que acoge al niño o adolescente, los adultos somos responsables, por acción u omisión, de lo que llevan consigo, en actitudes y conducta, al colegio. Por lo tanto, el tema del bullying, no es sólo responsabilidad de los estudiantes, los adultos somos tan o más responsables de que esto suceda.
Sobre este tema, hace unas semanas se ha promulgado la Ley N° 548, que aprueba el Código Niña, Niño y Adolescente que contiene un capítulo y varios artículos donde se establece la normativa y las medidas preventivas para la protección de niños y adolescentes que sufren violencia en el sistema educativo. Esto es saludable y merece la decisión ser celebrada, ya era hora que las instancias de gobierno tomen en serio esta problemática y la hagan visible, ya que toca a niños, adolescentes y familias, a veces con consecuencias sin retorno.
Con la Ley 548, las escuelas y colegios están obligados a trabajar un Plan, con herramientas de prevención y abordaje, un reglamento con medidas para una convivencia pacífica, con normas de conducta y procedimientos disciplinarios. Todo esto debe ser construido de manera colectiva, es decir, con los padres, docentes y alumnos; en la medida que esto se internalice y cuando todos se reconozcan en la letra, se podrá llevar a cabo en mejores condiciones. Sin embargo, todavía no se dice nada de tener ítems para psicólogos, trabajadores sociales y gente especializada que esté en las escuelas para abordar, manejar y resolver los casos de bullying que se presenten, no se dice nada de incluir el tema en la formación docente (sabemos, que los profes hacen lo que pueden, los que hacen… pese a que no tienen las herramientas), no se dice nada sobre campañas masivas, permanentes y asertivas, que se deberían implantar para llegar a los adultos, y trabajar las otras violencias, de la que esta bullying es la hija, que gatea.
Por último, lo más preocupante, y creo que abre el espacio a un debate necesario entre la ciudadanía, son los incisos, que en la Ley 548, establecen el acoso escolar, entre pares, como delito penal. A esto se suma que han bajado la edad de imputabilidad penal de 16 años a 14, lo que significa que podrá sancionarse con penas privativas de libertad a adolescentes desde los 14 años. Si bien determina que estas sanciones serán socio educativas, aplicadas en el marco de una jurisdicción especializada (que ya existe) y que las penas serán impuestas en centros de orientación y de reintegración social, que también ya existían en el anterior código, la realidad nos ha mostrado que estos adolescentes irán nomás detenidos a las mismas cárceles que los adultos, mezclados con sentenciados por otros delitos, sin distinción de ningún tipo.
Es importante, entender, que las causas de la aparición del bullying pueden ser variadas. En base a mi experiencia como consultora en colegios privados, de convenio y escuelas fiscales en La Paz, El Alto y Santa Cruz, puedo afirmar que el contexto familiar y el rol de los adultos tienen una importancia fundamental para el aprendizaje de las formas de relación interpersonal. La expresión de violencia del bullying, pese a que se da en el ámbito escolar, no es un problema solo de los niños y adolescentes, hay co-corresponsabilidad de los adultos: el ejemplo, lo que ven y sienten. Ellos no son otra cosa que lo que les damos.
Esta ley al darle, la condición de “delito” a algo que, en mi opinión, probablemente el adolescente ha aprendido de nosotros, de los adultos que somos los garantes de su educación y desarrollo. Los estaría castigando en base a nuestros desatinos. Por lo tanto, es una responsabilidad desproporcionada la que se pone sobre sus hombros, cuando no se han dado pasos previos para dictar la misma. Creo que todo lo positivo, importante y necesario, que hay que hacer y dice la ley para enfrentar el bullying, se desdice con esta consecuencia.
Otro paso fundamental –que el Gobierno no ha dado– es explicar, informar y sensibilizar a todos/as, sobre lo que es y lo que no es el bullying (causas, tipos, características y consecuencias). Muchas veces los temas más sensibles e importantes se vuelven una moda, son vaciados por el mal uso y la desinformación de su verdadero contenido y se le da un uso discrecional, político y hasta mal intencionado. Hoy en día, todo es bullying. Hay uso y abuso del término de parte de los niños, adolescentes y también de los adultos, por desconocimiento, falta de información y miedo.
Si todo es bullying, ya nada es bullying. Esta confusión puede hacer, lamentablemente que casos reales de acoso escolar pasen desapercibidos en el mar de acusaciones de unos a otros. Y bajo la luz de esta nueva ley, estos malos entendidos y las falsas/equivocadas acusaciones pueden ser realmente peligrosas e irresponsables: peor el remedio que la enfermedad. Corremos el riesgo de ser injustos, por un lado; y por el otro de seguir aplicando el modelo violento de crianza “pegá a tu hermano y vas a ver la paliza que te ganas” en lugar de trabajar conjuntamente por un ambiente armónico, en el que los y las estudiantes puedan desarrollar conductas adaptativas en base a valores, asertividad, responsabilidad y compromiso.
El imperativo, es que ni un solo acto de violencia en los colegios y escuelas sea admitido. Con el maltrato no se negocia y este hay que pararlo, ningún estudiante, hombre o mujer, debe sufrir violencia alguna de parte de sus compañeros. Y el logro de un objetivo tan elemental y quizás tan utópico como éste exige el permanente esfuerzo de todos los que participan en el proceso educativo, de los padres y madres y especialmente de aquellos que lo sostienen, lo supervisan y lo aplican.
El bullyng debe ser castigado segun el grado de culpabilidad a esa personasa extrañas que van a las escuelas a molestar
ResponderEliminarBuenos días, que pasa con los niños menores de 14 que hacen acoso escolar y cibernetico?
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