Texto: Javier Méndez Vedia | Fotos: Rolando Villegas
Por ahora no son una figura muy conocida. Alcanzan los dedos de una mano para contar los colegios de Santa Cruz que tienen a maestros integradores trabajando en sus aulas. No es raro que Aníbal Uriona no supiera de ellos hasta que llegó el diagnóstico de su hijo, que lleva su mismo nombre.
El pequeño Aníbal tiene autismo. Desde entonces empezó a informarse y descubrió formas de ayudar en su educación. Así llegó hasta Aracuaiya, una guardería que ha incluido la figura del maestro integrador en sus aulas. Antes de hablar de estos profesores, Aníbal abre un paréntesis: “No me avergüenzo de mi hijo”. Frase importante, porque no faltó algún padre que evitó hablar del tema. “Para mí, el maestro integrador es de gran ayuda para la educación de mi hijo. Estoy contentísimo con la ayuda de la maestra”, cuenta.
La maestra se llama Haydée Núñez. Acompaña a Aníbal, de cuatro años, desde el año pasado. Es norma en Aracuaiya trabajar con un niño y un maestro integrador por aula. Haydée está siempre pendiente de Aníbal. Para comunicarse, el niño ha aprendido a utilizar un tablero en el que se colocan fotos. Si quiere ir al baño, utiliza una fotografía en la que se ve él mismo usando el baño; para merendar usa otra foto en la que está comiendo. La maestra ha descubierto que puede aprovechar su habilidad visual para mejorar su comunicación. Con ese recurso le ha enseñado las llamadas ‘habilidades de independencia’, que incluyen tareas sencillas como lavarse los dientes. El año pasado Aníbal no podía permanecer sentado durante mucho tiempo. Ahora se concentra en los dibujos y las tarjetas que se usan en el aula. Es un gran logro. Surge un pequeño berrinche pero Haydée, con serenidad, sabe reconducirlo. Mientras todo eso ocurre, el resto de la clase, que está a cargo de la profesora Claudia Égüez, continúa trabajando. Como cada caso es distinto, cuando trabajó con otro niño, se percató de que hacía mejor sus tareas cuando había música. Con Aníbal, en cambio, hay que ser cuidadoso porque en algún momento la música le resultará molesta.
Haydée está siempre en el nivel visual de Aníbal. Pasa mucho tiempo de cuclillas, sentada en las diminutas sillas o agachada. Difícil decir si lo hace por instinto o por formación (es, como muchas integradoras, sicopedagoga), pero es fácil entender que su motivación empezó con su hermanito, que también tiene necesidades especiales de educación. Ojo con este término, que se abrevia NEE en la jerga educativa, que ha remplazado ‘nivel’ por el más preciso y moderno ‘grado de funcionalidad’.
La responsable del programa de integración de Aracuaiya es Cinthia Orellana. Trabajó en el Centro de Parálisis Cerebral, en la Fundación Síndrome de Down y en Aprecia. Adquirió experiencia en el colegio De la Sierra, donde tenía a su cargo a una niña ciega. Como todos, creía que debía facilitar las cosas a su estudiante. Le evitaba los obstáculos hasta que la misma niña le marcó la pauta de que su presencia tenía que ayudarla a ser más independiente. Cinthia explica que los logros pueden parecer pequeños si se los mide con ojos ‘regulares’, pero para un padre y para el mismo niño son gigantescos. La gratificación viene de ese lado. Un padre contento y un niño que incrementa su grado de funcionalidad son premios suficientes. “Los berrinches, alguna mordida o un momento difícil son compensados con el progreso del niño”, dice. Al principio, los compañeritos plantean preguntas. Son directas, como suelen formularla los niños: “¿Por qué no habla? ¿Por qué grita?”. Después, cuando se las responden, en el progreso se involucran los demás pequeños. “Tía, le enseñé a decir casa”, decía un compañerito de uno de los pequeños. Es el proceso de integración, en plena marcha.
En el colegio De la Sierra hay 25 profesores integradores. Cada uno tiene a su cargo hasta cuatro niños. “Se le da el nombre de maestro integrador o maestro de apoyo. Esa figura existe en España, en Chile, en Argentina”, explica Silvana Saman, que estuvo desde el comienzo del programa, aunque ahora es directora de primaria. Hace menos de diez años la figura del maestro integrador era desconocida y ni siquiera se hablaba de integración, y cuando se empezó a hacerlo, se lo veía como un proceso difícil.
Detalle. Mientras Claudia Égüez se concentra en los alumnos regulares, Haydée Núñez (de cuclillas) complementa y adapta el contenido de la clase para Aníbal
Como en Aracuaiya, en el De la Sierra la admisión comienza con un diagnóstico. Ese paso es clave para definir qué tipo de necesidades educativas tiene el niño y para saber qué se puede lograr.
Petra Laura está a cargo de cuatro niños. Algunos tienen autismo y otros algún grado de retraso cognitivo. Su experiencia y los diferentes talleres sobre el tema a los que ha asistido le enseñaron que se necesita al menos una semana de observación en aula después del diagnóstico psicológico y sicopedagógico inicial del pequeño. Un informe escrito incluye los contenidos que ya tiene consolidados (es decir, sus progresos), qué es necesario reforzar y qué proyección se espera.
Con toda esa información se procede a realizar adaptaciones curriculares. Un ejemplo en clase lo ilustrará. Mientras los alumnos regulares de tercero básico avanzan con la maestra de aula el tema de los dinosaurios, uno de los niños con autismo dibuja o pinta un dinosaurio. Esa es una adaptación no significativa. Si es necesario, se modifica toda la malla curricular. En este caso se habla de una adaptación significativa. El niño lleva un contenido aparte. Esto no implica que se desliga del maestro titular, puesto que él también -explica Petra Laura- debe intervenir en la evaluación y en las pequeñas frases que imponen la disciplina en el curso.
Uno de los niños de Petra tiene autismo. Era callado y poco participativo, pero ahora habla y ríe. La profesora titular pregunta hace cuánto existieron los dinosaurios. Los alumnos regulares lanzan varias cifras, pero es D., el niño con autismo, quien lanza, de pronto, una cifra: 65.000 millones de años. Casi correcta, porque la extinción ocurrió hace 65 millones de años. Eso muestra que hay contenido retenido y, sobre todo, la voluntad de integrarse y socializar, dificultad frecuente en el autismo.
Los tres pilares de este trabajo apuntan, según Petra Laura, a integrar socialmente al niño, a que aprenda contenidos y a ser independiente. Sí, hay métodos conductuales que buscan una reacción, pero ella sabe que lo mejor es recurrir a los aspectos emocionales. “Así me los gano”, comenta, y no necesita decir mucho más porque a cada momento, durante la entrevista, que se realizó en el aula, los niños se acercaban para mostrarle su trabajo o para preguntarle cualquier detalle. Al salir del curso, los niños con los que trabajó en años anteriores la detienen constantemente para abrazarla.
En la biblioteca del colegio hay material sobre el tema. Hay aspectos teóricos y la descripción de procedimientos de aula, que son la herramienta que se usa minuto a minuto. Laura y Lizzeth Quispe han recopilado esa información y elaboraron un texto que las ayuda en la aplicación de los ejercicios cotidianamente. En la portada hay un osito, que los alumnos de secundaria que están en el programa se esfuerzan por esconder. “Les da vergüenza”, cuenta la maestra. Lógico, ya se sienten grandes.
Secundaria y primaria son momentos críticos, sobre todo para los padres. Después de la guardería y el kínder, hay que buscar un colegio. Los que se resisten a aceptar niños con necesidades educativas especiales lo hacen por desconocimiento. Otros están empezando su experiencia, como el colegio La Santa Cruz, donde asiste, a primero básico, el hijo de Roxana Coimbra, que tiene autismo. “Ya está aprendiendo a leer y escribir”, dice, orgullosa.
Claudia Égüez es maestra de sala durante medio día y maestra integradora el resto de la jornada. Recuerda que durante mucho tiempo un niño la saludaba como si no la conociera. Pasaron las semanas y de pronto, el pequeño le dijo “Hola, tía Claudia”. Esa mínima frase era un gran avance. Otros han salido del ensimismamiento y ya ensayan el viejo juego del correteo con el compañerito. En esos detalles se nota el esfuerzo de esta nueva clase de profes’
IMÁGENES. Se usan tanto para los pequeños con necesidades especiales como para los alumnos regulares.
Opinión
Se los aisla del resto
Ronald Jiménez / Director del Centro de Salud Mental
El niño con un déficit tiene un estigma social y se ve aislado de la comunidad educativa. Uno de los factores de socialización importantes es la escuela. Todo maestro integrador es un apoyo para el aula. Son importantes si cumplen su función, porque hay estudiantes que tienen dificultades en el aprendizaje, problemas familiares y de toda índole y a veces el maestro no tiene la posibilidad de atenderlos. Es una figura importante, siempre y cuando esa persona, ese estudiante, se integre adecuadamente. De lo contrario, el maestro integrador será visto como alguien que está como para supervisar.
Si el déficit es muy marcado, ese niño necesita una escuela especial. Si los estudiantes y maestros tienen actitud positiva, es muy bueno que los colaboren. Si el déficit es muy grande, retrasa y perturba el desarrollo de otros niños; tiene que ser leve y moderado. A algunos padres les cuesta mucho aceptar que su hijo tiene un retardo mental o un trastorno de déficit de atención. Esa labor es importante, la familia debe darse cuenta de que no se trata de un castigo ni un estigma. La sociedad tiene que estar concientizada.
La inclusión es para todos
Sabina Guzmán / Educación Inclusiva. DDE (Ex-Seduca)
- Con la ley de educación Avelino Siñani-Elizardo Pérez, ¿cómo se va a encarar la inclusión en las aulas?
- Mediante esta ley 070 la educación inclusiva no solo se refiere a discapacidad. Lo que pretende lograr con la ley es el cambio de ese tipo de visión. La educación inclusiva consiste en atender a todas las personas, estudiantes, participantes de acuerdo con las necesidades educativas que presentan ya sea en el modo, en los medios de enseñanza, en el tiempo y requisitos de evaluación.
- ¿Cómo se va a capacitar a los maestros para que incluyan niños con autismo o síndrome de Down?
- Anteriormente con la ley 1565 la educación especial no tenía una malla curricular específica. Se basaba en la malla curricular regular. Ahora tenemos una malla curricular propia. Una vez se detecta que va a ser incluido, los profesores de centros especiales capacitan al personal docente y administrativo de las unidades educativas para que puedan atenderlos. Así funciona en San Ignacio de Velasco, por ejemplo.
Una ley, algunos recursos
Según los funcionarios de la Dirección Departamental de Educación (ex-Seduca), la inclusión se realiza de dos maneras. La forma directa consiste en la llamada educación especial. La manera indirecta es la asistencia a un centro regular. No se contempla la figura del maestro integrador, pero se promete la capacitación constante de los maestros que recibirán a los alumnos con necesidades educativas especiales en las aulas regulares.
“El Ministerio de Educación ha capacitado a profesores para promover la educación inclusiva en las unidades educativas”, comenta Sabina Guzmán (ver entrevista). Víctor Hugo Bejarano, asesor de la DDE, recuerda que el año pasado se entregó material sobre lenguaje de señas a 70 unidades educativas “para que los docentes planifiquen sus clases”. Los padres saben que eso es un principio, pero falta más. El diccionario de señas está circulando en las aulas. En cuatro módulos,se describen los pasos para aprender la Lengua de Señas Boliviana (LSB). Se ha proyectado preparar material para niños con síndrome de Down y con problemas visuales.
La motivación para incluir a los niños requiere de conocimientos teóricos y prácticos de las estrategias para niños con autismo, síndrome de Down y otras necesidades. En Santa Cruz, centros como el Bilingüe Internacional, De la Sierra, Preefa, Las Américas, La Santa Cruz y la guardería Aracuaiya están acumulando experiencia. La diferencia entre los privados y el sistema público está en la figura del maestro integrador, que el sistema público no ha contemplado.
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