6.6.16

Los maestros de corazón

6 de junio. Al destacar la labor de tres reconocidos educadores cochabambinos se quiere homenajear a todos los profesores bolivianos que dedican su vida a la formación de las nuevas generaciones.



Todos conservan en la memoria el nombre o rostro de una maestra o un profesor que con paciencia, cuidado y dedicación supo enseñarnos a agarrar el lápiz, aprender matemáticas, las valencias en la tabla periódica y muchas otras enseñanzas; o aquel que dedicó su horas libres de descanso para contribuir con sus correcciones en una tesis de licenciatura.

Y no pueden faltar en los recuerdos, aquel formador exigente, “el malo” que tenía reglas estrictas y que, gracias a sus constantes exigencias, supo sacar lo mejor de sus alumnos.

La mayoría de los maestros tiene vocación de servicio que los convierte en una luz de saber en el camino de la educación.

Para todos ellos está dedicada esta nota, en reconocimiento a su esfuerzo personal, por querer formar a personas de bien.

En esta oportunidad visitamos los domicilios particulares de Juan Bautista Sanzetenea, reconocido maestro de Geo- grafía e Historia del colegio Maryknoll, José Eduardo Mancilla maestro y docen- te de la Facultad de Economía y, finalmente, María del Rosario Teresa Camacho, directora del colegio Alemán Santa María de Cochabamba.

La vocación por la disciplina

Los alumnos de las generaciones de los 60 a 90 recordarán a aquella esbelta figura, de porte gallardo que distinguía al profesor Juan Bautista Sanzetenea Arce, llamado con cariño “Chichimeca”, quien con prontitud solía atravesar los pasillos del colegio Maryknoll, con la mirada vigilante hacia sus estudiantes.

Don Juan nació en Cochabamba, el 6 de marzo de 1923, fue el tercer hijo de Julio Sanzetenea y María Arce, a quien no tuvo la dicha de conocer porque falleció durante el parto y fue Inés, su hermana mayor, quien lo crió.

En 1940 salió bachiller del colegio Bolívar y, como se inclinaba a la práctica deportiva, decidió irse a La Paz para ingresar al recién inaugurado Instituto Nacional de Educación Física (INEF), “estudié tres años y al egresar estaba preparado para dictar clases en Historia, Geografía, Cívica y Educación Física”, recuerda don Juan.

Durante algunos años, Sanzetenea trabajó como instructor de Educación Física en el INEF en La Paz; pero un accidente -durante una exhibición en el estadio Hernando Siles-, le dañó la columna; motivo por el cual retornó a Cochabamba. Poco a poco, se fue recuperando, por lo cual volvió a la actividad de la docencia, primero en el colegio “Franz Tamayo” y luego en “La Salle”.

En 1954 comenzó a trabajar en el colegio “Mariano Taborga” y “Rosendo Peña”; en este último, conoció a la que sería su esposa, María Elina Terceros,

con quien contrajo nupcias en 1955. Tuvieron cinco hijos: Rosario, Jeannet, Jhon, Edwars y Weiner.

En esa etapa de su vida, Juan Sanzetenea trabajó en varios colegios, como el “Liceo de Señoritas Elena Arce de Arce” y el “Nacional Sucre”.

“Era un tiempo de incertidumbre para los maestros, pues no existía una Jefatura de Educación, solo el Secretario de la Prefectura designaba nuestras fuentes de trabajo”, recuerda.

En 1966, la economía de este maestro comenzó a ser más estable, luego de que aceptara la invitación del Colegio Maryknoll para ejercer el cargo de docente tiempo completo en las materias de Historia y Cívica, cargo que cumplió hasta 1990, cuando tomó la decisión de jubilarse.

Hoy, con 93 años de vida, el profesor Sanzetenea aún conserva con cariño el recuerdo de sus alumnos. “Era lindo trabajar con jóvenes, que estaban llenos de vitalidad y podía enseñarles todo lo que yo sabía”, finaliza el eterno maestro.

con las estadísticas claras

No pasa ni un solo día en el que José Eduardo Mancilla Pereira no recuerde a su querida Facultad de Economía. Es que, aunque él no lo confiese, los números fueron su primer amor.

Don Eduardo nació el 19 de octubre de 1929, en Cochabamba. Sus padres, el abogado Antonio Mancilla y la profesora Leonor Pereira, lo educaron con la misma exigencia y disciplina que tuvieron sus ocho hermanos.

Su primer centro de educación fue la escuela “Eliodoro Villazón”. Allí despertó el deseo por saber más de los números, gracias a la dedicación que recibía de su profesor Edmundo López.

“A esa edad ya sabía muy bien la aritmética elemental”, recuerda entre risas, y es que para un muchacho de 12 años, aquello era pura magia.

Al terminar la primaria, Mancilla tuvo que hacer un alto en su vida, ya que su padre le pidió ayuda y que se dedique a trabajar por unos años y que luego retomaría sus estudios.

“Pasaron uno, dos, tres y luego cuatro años, cuando decidí retomar mi educación escolar”, sostiene Mancilla.

En 1951 culminó el bachillerato en el colegio particular “Alejandro Calatayud”. Al año siguiente ingresó al servicio premilitar en Muyurina, en el regimiento “Maximiliano Paredes”, donde obtuvo la libreta de Omiso, porque se presentó al servicio militar obligatorio a los 21 años de edad.

“Desde pequeño ya sabía lo que quería estudiar y por eso me fui a La Paz”, afirma Mancilla. En 1956 se inscribió en el propedeútico de la Universidad Mayor de San Andrés, en la Facultad de Economía; paralelamente a los cursos universitarios, Eduardo Mancilla tomó la iniciativa de inscribirse en la Escuela Normal Superior Nuestra Señora de la Paz, para así seguir los pasos de su mentor y maestro de primaria, quien supo despertar el docente.

Culminó sus estudios normalistas en 1963, pero tuvo que dejar la facultad de Economía para cumplir con su año de provincia. A los pocos meses, sus compañeros le informaron sobre una beca en el Centro Interamericano de Enseñanza de Estadísticas (Cienes) de Chile; postuló y la ganó.

A su retorno y luego de un período de trabajo, en 1965 contrajo matrimonio con Hilda Heredia, con quien tuvo cuatro hijos: Alfredo, Eduardo, Julia, Niusha y Víctor.

El título de maestro y además el reconocimiento obtenido en Cienes le permitieron ingresar a la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) como auxiliar de Matemáticas en Agronomía y luego pasó a dar cátedra en la facultad de Economía, cargo que no dejó después de 26 años, cuando se jubiló.

Mancilla retornó a la Universidad, esta vez para concluir sus estudios y defender su tesis en Economía.

Este docente afirma que a él le gustaba enseñar. “Era muy estricto y no regalaba nota, ellos se la tenían que ganar. Creo que seguí al pie de la letra lo que me enseñó mi mentor”.

Vocación y ternura

María del Rosario Teresa Camacho Balderrama de Arandia o “Charito”, como la llaman sus familiares, amigos e incluso sus alumnos del Colegio Alemán Santa María, es la séptima directora de dicho establecimiento.

Ella es hija de Antonio Camacho y María Lidia Balderrama, quienes se dedicaban a la costura. Nació en 1953 y a muy temprana edad comenzó a demostrar su aptitud y gusto por los números. Se graduó del colegio Adela Zamudio a la edad de 17 años y lo primero que hizo fue inscribirse en la Normal Católica Boliviana, para estudiar matemáticas.

A sus 21 se graduó y comenzó a trabajar en provincia. Un curso de especialización le permitió trabajar en lo que ahora es el Centro Simón I. Patiño, como apoyo pedagógico en un proyecto académico. Al culminarlo, volvió a solicitar docencia en los colegios.

Es así como comenzó a trabajar, por horas, en los colegios Avaroa y Alcides Arguedas, el liceo Ovando, colegio Junín y el nocturno “José Antonio Sánchez”.

Luego ingresó al Centro de Educación Alternativa Santa María (CEA Sta. María) y un colega le invita a postularse al cargo de profesora de Matemáticas en el colegio Alemán Santa María.

El primer año de servicio de Charito fue en 1989 y luego de años de servicio -en la cual demostró su capacidad- asumió la Dirección en enero de 2004, cargo que conserva hasta la fecha.

“Siempre fui una mujer comprometida con mis alumnos y por eso les doy clases de apoyo, fuera del horario habitual para nivelarlos”, afirma Camacho.

Charito se casó en 1981 con Nelson Arandia y tiene dos hijas: Verónica y Viviana; además de Fernanda su nieta.

Ser maestro deja muchas vivencias en el corazón, la principal: el orgullo de haber intervenido en la formación de cientos de niños y jóvenes, quienes llegaron a su manos ávidos de sed de enseñanza.


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