El colegio Bolívar es una unidad educativa que tiene tres turnos. Son mixtos los de la tarde y la noche. El de la mañana mantenía la tradición de estar reservado exclusivamente para varones. Juliana rompió eso hace una semana y la mayoría de sus nuevos compañeros parece que no se lo perdonarán.
Sale sola del colegio con el cabello recogido, el uniforme con la chompa roja y el pantalón negro. Lleva lentes de aumento, carga un bolso rojo y una chamarra café que, seguramente, más temprano la protegió del intenso frío paceño.
Sonrió cuando fue abordada por EL DEBER y dejó ver los fierros de la ortodoncia. Se muestra amable y dispuesta a charlar. “Siempre ando sola, lo que pasa es que en mi curso nadie me habla. No lo tome como una queja, no lo es, porque la verdad es que acá vine a estudiar, y eso es lo único que me importa”.
Cuatro muchachos pasan cerca, la miran, murmuran, se ríen y se alejan. “Ellos son de mi curso”, aseguró. “Sabe, creo que ellos están en proceso de adaptarse a mí. A ratos siento que hay gente que quiere acercarse y hablarme, pero los otros compañeros los miran, como si hubiera una especie de pacto que nadie puede violar, y entonces se alejan”, comentó.
Ella estudiaba por la tarde, pero decidió cambiarse de turno porque encontró un trabajo como mesera en un restaurante, por la tarde y la noche.
Fortaleza
Más allá de sentirse mal por la actitud de sus compañeros, Juliana asegura que eso le da más fortaleza. “No me hacen renegar, menos llorar. Lo tengo claro, ya he pasado muchas cosas en la vida, no ha sido fácil, hay cosas más importantes para preocuparse y sufrir”, reflexionó.
Su padre la abandonó a ella y a su madre. Tiene una hermana cuatro años menor, que perdió la visión en uno de sus ojos. “Fue una negligencia médica, nació pequeña y la metieron a la incubadora, pero no la protegieron y acabaron causándole un daño de por vida”, relató.
Su mamá se dedica al comercio. “Trabaja todo el día, vende lo que puede, si le contara la cantidad de mercadería de distintos sectores que lleva a vender. Es un ejemplo de mujer”, aseguró.
El año pasado, su madre se enfermó de los riñones y estuvo delicada. “Ella me dejó toda la vida a cargo de mi hermana, mientras no estaba en casa. Nunca nos faltó nada y nos inculcó la importancia de educarse para enfrentar la vida. Cuando se enfermó, me percaté de que era el momento de empezar a aportar a la casa. Fue así que me propuse buscar un empleo”, reveló.
Pese a que aparenta no matar una mosca, cuando se habla con ella sus palabras dejan ver una fortaleza que puede sortear cualquier obstáculo. “No descansaré hasta ser alguien en esta vida; quiero ser ingeniera civil”, dijo
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