En la calle Aspiazu se instalaron al menos 30 carpas, otros llevaron el sleeping, no faltó el juego de cartas y hasta la pequeña parrilla para freír unos cuantos chorizos y papas.
Al menos medio centenar de coches estaban en las inmediaciones del establecimiento, desde donde se sacaban almohadas y frazadas. Mientras uno de los familiares dormía en la calle dentro el sleeping, el otro intentaba conciliar el sueño dentro el taxi o la vagoneta.
¿Por qué eligió este kínder? Por dos razones, primero porque está en el centro y me queda cerca del trabajo y segundo, porque es el mejor kínder de La Paz. El hombre de la respuesta no supera los 30 años, evita dar su nombre; complementa su relato con la expresión: “yo también me eduqué en este kínder”.
“Si así empezamos, mire la vida que nos espera. Cada año habrá que dormir al menos un día en la calle para inscribir a nuestros hijos en el colegio”, afirma una madre de familia.
El vendedor de hamburguesas que se encuentra en la esquina del establecimiento educativo, cuenta que cada puesto en la fila valía entre 200 y 300 bolivianos. “He sido tonto, porque podía haber traído a mis hermanitos para que hagan cola. Me hubiera ganado unos 500 pesitos”, dice en tono de lamento. Para consuelo suyo, el sándwich de lomito y las hamburguesas 'volaron' como pan caliente “y eso que he traído 50 hamburguesas más para esta noche”, añade.
La linaza que ofreció una señora a las siete de la mañana entusiasmo a quienes soportaron el frío de la madrugada. Varios de ellos no lograron conciliar sueño y conversaron largamente del trabajo, los problemas políticos y sus hijos.
“Los padres ya nos conocemos, hicimos buena amistad con algunos. Ojalá nuestros hijos sean amigos. Es tan bello el kínder, es el mejor momento de la vida. Yo creo que mi padre no ha sufrido en su tiempo tanto como nosotros para inscribir a sus hijos”, comenta Fabián, quien nos estrecha la mano como signo de amistad cuando se entera que buscamos una nota de prensa.
“Empiezan los afanes, la ropa, los útiles, el traerlos y llevarlos, los amigos, luego vendrá el colegio, otras preocupaciones. Nos estamos poniendo viejos”, comenta un jovenzuelo de no más de 25 años, quien abriga la esperanza de inscribir a su hijo antes de las 10.00 para luego correr a la oficina y marcar la tarjeta.
“A mis hijos los he traído a este kínder, ahora le toca a mi nieto. Yo estoy a cargo de él”, comenta una señora entrada en años. Se queja del frío. Ha preferido dormitar en una silla y se alegra con la entrada de la aurora. “Ya van a abrir la puerta y empezarán a inscribir. Ahora me espera la tarea de traer y llevar a mi nietito todo el año. No me quejo, así es la vida”, reflexiona doña Justa que entiende los vaivenes de la vida y sabe que en esta jornada tuvo que armarse de valor, como lo hizo en sus años mozos.
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