En el mundo entero —con la excepción de Finlandia— las escuelas y colegios lo que hacen es acortar el horizonte mental de nuestra niñez y adolescencia. Niños y adolescentes del mundo entero se ven forzados a dedicar su tiempo y energías al aprendizaje de números y letras, que en la mayor parte de los casos no les sirven ni servirán para nada; se ven obligados a actuar pasivamente, aprendiendo “lecciones” que no les interesan ni les serán útiles, acumulando todos los mismos aprendizajes (como si todos los niños y niñas de la misma edad tuvieran la misma vocación y los mismos apetitos de aprendizaje; todos y todas condenados inevitablemente a malgastar su infancia).
Todo esto en el mundo entero (menos en Finlandia, y parcialmente los demás países escandinavos). Pero en Bolivia a eso se suma la pésima calidad del sistema educativo, que a estas alturas está claro que no tiene arreglo. El otro extremo es la China, donde el nivel educativo es elevado y exigente, pero a cambio de perder la calidad humana de la infancia (se sabe que cada año aumenta en la China la cantidad de suicidios infantiles). Pero el problema de fondo es el mismo: no se respeta en absoluto la libertad de niños, niñas y adolescentes, y se les obliga a desperdiciar esa etapa tan importante de la vida.
En Bolivia tenemos que sufrir además la pésima calidad de nuestras escuelas (con excepción de algunos colegios caros y selectivos), hasta el extremo de que se puede comprobar que el 60% de nuestros bachilleres no saben leer (pese a lo cual la mayor parte logran aprobar el ingreso a la universidad).
Por supuesto, ahí juega un papel la incapacidad de maestros y maestras, pero no por culpa suya, sino porque así son las normales en que se forman, y así es la mentalidad de este país que se dio el lujo de expulsar a don Simón Rodríguez (maestro de Bolívar y nuestro primer ministro de educación).
Por tanto, lo que debiéramos hacer en las familias es aprovechar esta larga temporada sin escuela para que nuestros niños y niñas aprendan haciendo, aprendan curioseando y preguntando, aprendan a partir de sus propias iniciativas, experiencias y vocaciones; libres de los pupitres, los pizarrones y las tareas que sólo sirven para amargarles la infancia.
En Bolivia tenemos una ley educativa excepcionalmente abierta y positiva. Esa ley lleva el nombre de Avelino Siñani y Elizardo Pérez, los creativos autores de la experiencia educativa de Warisata, que combinaba el aprendizaje escolar con las actividades productivas del campo. Pero en la práctica la Ley no se aplica, nadie se acuerda de Warisata, y nuestro sistema educativo sigue siendo formalista, memorístico a inútil.
Cierto que para muchas familias enviar a los hijos e hijas a la escuela es una forma de librarse de ellos (cosa en muchos casos comprensible), y cierto que muchos padres y madres se sienten poco preparados para esa tarea de educar a sus wawas, probablemente porque se sienten totalmente alejados de esa mentalidad escolar que en su momento les tocó vivir.
Pero ahora viene el confinamiento, y lo podemos aprovechar para dedicarnos precisamente a la educación de nuestros hijos y nietas, educación que no consiste en aprenderse el alfabeto de memoria, sino en vivir la realidad, en reflexionar sobre lo que ocurre y en aprovechar las energías de esa edad para pensar en la vida, para investigar las circunstancias de su pequeña realidad, para combinar quehaceres prácticos con sus expresiones teóricas.
Rafael Puente es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba.
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