A casi ningún niño le gusta ir al colegio aunque allí pinte, juegue y cante. Sin embargo, en la Casa de Cultura Comunitaria T’ikariy de la zona Sindicato Agrario Taquiña, en Cochabamba, “el 50% (de los niños) se inscribe por voluntad propia”, asegura la psicóloga social y cuentacuentos de este espacio, Tamara Gonzales. Los demás acuden porque los envían desde las unidades educativas del lugar. Allí desarrollan su motricidad, escuchan historias, repasan las tareas del colegio, inventan y entonan canciones. “No nos consideramos apoyadores escolares”, señala Edson Quezada, director ejecutivo de Educar es Fiesta, la organización sin fines de lucro creadora y administradora de este espacio, ubicado en una casa de tres plantas que pertenece al sindicato de la zona. Éste es un lugar de convivencia y arte.
Cuando Edson y sus compañeros comenzaron a darle vida al edificio, la asociación de trabajadores les dejó usar solo un piso. Estuvieron dos años sin vidrios ni baños. Con el tiempo el sindicato vio los resultados, les dio más espacio. Ahora las paredes de ladrillo están pintadas con alegres colores y dibujos, hay cristales en las ventanas, cocina y baños. Y el lugar está en continuo desarrollo: una vez al mes, los padres acuden a la sede para hacer trabajo comunitario. Una de las últimas tareas ha sido la elaboración de fundas para los cojines de la sala Picaflor, en la que Tamara embelesa a los niños con sus cuentos. La organización compró las telas y las madres confeccionaron las fundas. Tomaron el nombre T’ikariy porque en quechua significa “floreciendo”.
Educar es Fiesta complementa la formación de niños y jóvenes con arte: circo, danza, música... Los educadores de esta organización tratan de darles herramientas para combatir la exclusión, la violencia, los problemas escolares, la desventaja social y escolar, y que fortalezcan su autoestima, la participación, la expresión y el buen trato. Porque en Taquiña, ubicada en el distrito 2 de Cochabamba, la mayoría de los menores son de familias de escasos recursos, muchas son monoparentales o bien los hijos viven con otros familiares porque los padres han emigrado por motivos laborales.
Según datos recopilados por este organismo, el abuso excesivo de alcohol, el analfabetismo, el desempleo y las malas condiciones de vida son elementos presentes en muchos de los hogares de la zona, en la que confluyen el mundo urbano y el rural. Y se reflejan en agresiones psicológicas, físicas y sexuales, en el abandono de la familia y de la escuela.
Por eso el personal del centro conoce la historia de cada menor y hace un seguimiento de su realidad. Tamara recuerda el caso de una niña de cinco años que se dormía durante las actividades. En la casa descubrieron que, por las noches, el padre llegaba borracho y pegaba a la madre. Y la pequeña no podía dormir. Ese caso fue derivado a la Defensoría de la Niñez y Adolescencia.
En esta parte de Cochabamba crecen Lirios, Tulipanes y Girasoles. Los tres grupos en los que se une a los niños, alumnos de 1° a 6° de primaria, llevan sus nombres.
Los adolescentes son los animadores culturales: apoyan en las actividades infantiles, organizan varietés y talleres sobre informática, reciclaje, sexualidad, campeonatos de fútbol, la cineteca barrial... Y, desde hace cuatro años, tienen su propia fraternidad: Saya Afro. “Me tratan bien aquí. Es divertido, es dinámico”, dice Jenny Pérez, vecina del barrio y una de las animadoras más jóvenes.
Los niños acuden a la casa en dos turnos: uno por la mañana (para los que van al colegio después del almuerzo) y otro por la tarde (para los que tienen clases al comiezo del día). Cuenta Tamara que es más dura la primera situación: hay varios pequeños que, desde que salen hasta que llega la hora de entrar a la escuela, no vuelven a sus hogares: se quedan haciendo tiempo en la calle.
Hay otro centro cultural como éste en Ushpa Ushpa, en la zona sur de la ciudad, llamado Wasitukypag. “Serán sostenibles cuando los jóvenes se hagan cargo” de estos espacios, sostiene Edson. Y hay una “tercera casa”, como la llama él, cerca de Las Islas (avenida Villarroel esquina Circunvalación), en la parte norte de Cochabamba. Pero ésta no es de ladrillo ni tiene pisos: es de lona azul y, adentro, hay un escenario y graderías. Es El Tapeque.
La magia del circo
Una carpa, muchas luces y un león / un payaso, equilibrista y un tambor. / Ya viene la magia, sí, sí / la magia del circo colosal / trayendo alegría a grandes / y chicos por igual. / Ya viene la magia, yes, yes / la magia del circo, qué genial. / Con muchas canciones / piruetas y gritos por igual.
En El Tapeque no hay felinos ni focas ni monos como en la canción del grupo infantil Parchís. Sí hay acrobacias, payasos, zancos y títeres. El entretenimiento, aquí, siempre es educativo. La carpa se levantó hace cinco años. Durante un encuentro de niños trabajadores de la calle, en la etapa de la Asamblea Constituyente, aparecieron dos chicos haciendo malabares en los semáforos, explica Edson. Uno de ellos, Alejandro, lo inspiró a crear El Tapeque.
Como T’ikariy y Wasitukypag, el espacio se usa para diversas actividades. En él se han representado hasta ahora más de 200 espectáculos, de los cuales cerca de 40 eran de elencos internacionales. Unos 25.000 espectadores se han sentado en sus gradas, con capacidad para 350 personas por función. Tiene dos grupos de teatro permanentes que hacen obras con contenido social, una escuela de circo, teatro, música y danza, y funciones de títeres. Incluso, este espacio se puede contratar como lugar de celebración de cumpleaños.
Por las mañanas, escolares de los primeros cursos acompañados de sus profesoras llenan el aforo de la carpa. Una mañana de miércoles, hay función de marionetas en la que dos actrices vestidas de granjeras manejan e interactúan con tres títeres, dos gallinas y un gallo. La protagonista de la función es Catalina, una gallina que pasa por diferentes posibles opciones de vida: en una es ponedora; en otra es una cantante frustrada porque su madre le dice que cantar es cosa de gallos y que las hembras tienen que limpiar, cocinar y criar pollitos; un matrimonio fallido con un gallo; una carrera como metalera...
Hasta que decide hacer las maletas e irse por el mundo. Entre risas y algún lloro, los niños ven los roles sociales aceptados sobre gallinas y gallos, mujeres y hombres. “Sería bueno que aprendan un poco de la vida de las gallinas, o de las mujeres”, recomiendan las titiriteras a las profesoras tras los aplausos.
Edson es el artífice de Educar es Fiesta. En 1999 trabajaba en la visibilización y desmitificación de niños y adolescentes de la calle de la zona del Cementerio General. Esta experiencia se plasmó en el disco Educar es Fiesta. Luego amplió su zona de trabajo a Kara Kara, donde está el botadero municipal. Allí puso una carpa musical.
Después tuvo un programa en Radio Pío XII llamado Sueños y artes sobre ruedas, el nombre que tiene otro de los proyectos actuales de Educar es Fiesta, que se enfoca en la organización de caravanas, campañas, ferias y caminatas para promover cambios; generar participación social; sensibilizar a la población sobre los problemas de los niños y provocar acciones, ya sean del Estado, de las organizaciones sociales, de las comunidades barriales, de las familias y de los individuos. Todo, con manifestaciones artísticas. “Hacemos el arte por convicción, no por folklore”, asegura Edson. En abril se cumplieron 14 años de la fundación de esta organización cochabambina.
Pequeños y grandes llaman Queso a Edson. Tiene la energía de un niño y suele ir pegado a su bombín negro. Incluso cuando está a punto de meterse en el papel de un albañil y va vestido con el típico overol azul marino mientras espera la hora de actuar, una tarde calurosa en el patio de la Unidad Educativa Minero San Juan, en Ushpa Ushpa. El nombre de la escuela recuerda cuál fue uno de los colectivos que vino a poblar este área, junto al de los agricultores.
“¿Van a actuar otra vez?”, pregunta a Edson una niña con guardapolvo blanco. Él le responde afirmativamente y la alumna corre a unirse al resto de los estudiantes de 5° y 6° que está formando un semicírculo en la cancha de la escuela, bajo el tinglado. En uno de los tableros de básquet hay pintadas una cara sonriente y un corazón.
Frente al nutrido público expectante hay una tela negra que es el único elemento de utilería. Todo lo ponen los actores: Edson (albañil), Valeria y Danielo (estudiantes), y Hernán (profesor), que con su vestimenta y su actuación recrean una escuela, que podría ser la misma Minero San Juan. La obra trata la necesidad de que el colegio tenga un club de estudiantes. Antes de salir a escena, Edson cambia el bombín por una gorra roja.
Esta representación es parte del programa “Escuelas amables, escuelas sin miedos” de Educar es Fiesta, en el que los educadores de la organización y los docentes diseñan y ejecutan modificaciones en la forma de relacionarse entre alumnos y profesores que se muestran a través de obras teatrales y con la implementación del aula viva (que se aplica en ocho escuelas). Se enseña una política de convivencia escolar y de protección contra toda forma de maltrato y abuso.
Cambios reales
El director del turno de tarde de la unidad educativa de Ushpa Ushpa, Pastor Ordóñez, asegura que ahora los colegiales son menos violentos. Y, además, la escuela luce más alegre con los murales que han pintado sus propios integrantes.
El grupo de teatro suele venir a esta escuela dos veces por mes para tratar temas que son parte de la cotidianidad de los jóvenes: alcoholismo, basura, tráfico...
La organización sin fines de lucro cuenta con el apoyo de organismos como Servicio de Liechtenstein para el Desarrollo (LED). Trabaja con 250 niñas, niños y adolescentes de barrios periurbanos del sur y el noreste de Cochabamba; 100 familias; ocho colegios públicos; 160 maestros, y dos redes barriales.
Al terminar la obra, Edson se dirige a los estudiantes: “Educar es Fiesta solo pone un granito de arena. Todo lo demás lo ponen ustedes, que son el motor del cambio en este país”.
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