Su historia transcurrió en Irupana, esa población de la región yungueña, que se encuentra a 151 kilómetros de la ciudad de La Paz. El lugar tiene entre sus viejas glorias el haber acunado a Agustín Aspiazu Belmonte, el intelectual boliviano más importante del siglo XIX.
Herminia, que hoy transita la séptima década de su vida, cursó hasta el sexto curso de Primaria en la escuela de su población, era el último grado académico que se dictaba en el lugar. Quien quería continuar su formación debía trasladarse hasta la ciudad de La Paz, una alternativa a la que no todos podían acceder, mucho menos las mujeres. Pero ella había encontrado en las aulas el espacio en el que se sentía feliz y no estaba dispuesta a separarse de ellas nunca más.
Esa fue la razón por la que se continuó matriculando al centro educativo, sin interesarle repetir los mismos temas de estudio cada año.
Hasta aquel día en que el intendente municipal de la población le abrió la posibilidad de pasar al pizarrón, pero ya no como alumna, sino como educadora. La escuela nocturna que pagaba la Junta Municipal del lugar necesitaba una profesora y ella era la alternativa. Tenía 15 años. Pidió permiso a su papá y éste le dio la autorización. Ella estaba segura de que estaba comenzando la carrera que le acompañaría toda la vida.
EL AULA, UNA VIDA
Eran tiempos en los que gran parte de los centros educativos del área rural del país tenían planteles docentes integrados por maestros interinos. Eran personas que, en su mayoría, llenaban su ausencia de formación académica con una gran entrega a la profesión. Eran vidas dedicadas íntegramente a las aulas. Ese también sería el caso de la profesora Herminia.
Dos años fueron suficientes para que la novel maestra llame la atención de la profesora Sara Arce de Velasco, una reconocida educadora yungueña, quien dirigía la escuela de niñas “Eduviges Garaizabal vda. de Hertzog”. Ella le planteó la posibilidad de pasar a la escuela diurna, con ítem pagado por el Ministerio de Educación. No lo pensó dos veces, aceptó de inmediato el desafío: “Sabía de memoria todo el programa académico que se llevaba en la escuela”, sonríe.
Y el estilo de la profesora Sara que la había marcado cuando era su maestra, iba hacerlo ahora como su directora: “Era una señora, ella jamás gritaba, te hablaba, le teníamos respeto y miedo, pero nunca nos gritaba, nos hablaba fuerte, pero con mucho respeto, era maravillosa para enseñar”.
La admiraba tanto que hasta le copió el tipo de letra. Lo propio ocurrió con los métodos de enseñanza: Para cada tema, utilizaba cuadros didácticos, que ella misma elaboraba. Dedicaba horas y horas a dibujar y colorear cientos de hojas de cartulina para que el sueño –provocado por el calor yungueño- no venza la dura batalla que libraban sus alumnas en el aula. Los niveles de aprovechamiento de las niñas eran la mejor respuesta.
Rosa Pommier, hoy una exitosa empresaria radicada en Beni, valora a su maestra: “Mi homenaje de admiración, de agradecimiento y de respeto a la señora Herminia Molina, por todas sus cualidades como profesora, como amiga, pero sobre todo como el hermoso ser humano que es.
Qué privilegio tenerla en mis recuerdos como mi primera profesora. Gracias por haber sembrado la semilla del estudio en mi persona y por toda esa calidez de cariño que siempre me demostró”.
El médico Abraham Suárez, que hoy vive en Estados Unidos, la rememora: “Tenía 10 años y terminé el Quinto básico de la escuela, asustado de ver que cada profesor tenía siempre su palo disciplinario y verdad que dolía. Me preparé moralmente para entrar al primero intermedio del colegio cual si fuera al cuartel. Y sorprendido conocí a la dama más sutil, de voz suave y educación digna de imitarse. Una verdadera maestra, hasta daba ganas de ser estudiante. Muchas gracias dona Herminia por ser una maestra única”.
Pese a su juventud, la profesora Molina no tardó mucho en destacarse entre el personal docente del centro escolar. Su directora, Sara Arce, fue la primera en advertir su gran potencial: “Herminia, vas a llegar a ser directora”. El día en que escuchó la premonición de boca de su profesora fue uno de los más felices de su vida.
SEÑORA DIRECTORA
Y no se equivocó. La hoy Unidad Educativa “Eduviges v. de Hertzog” estuvo bajo su mando entre los años 1971 y 1978, cuando se vio obligada a dejar Irupana por la necesidad de acompañar a sus hijas que estudiaban en la ciudad de La Paz.
De su paso por el magisterio, recuerda las actividades extracurriculares que realizaban los profesores de la época. El trabajo en el aula era una parte –pasaban clases la jornada completa, de 08:00 a 12:00 y de 14:00 a 16:30-, pero siempre tenían tiempo para preparar las presentaciones de teatro y danza, además de la práctica del básquet.
Fue el deporte el que le acercó a su esposo, Oscar Archondo. Él era un destacado futbolista y ella basquetbolista. Ambos desarrollaron admiración mutua y decidieron formar un hogar cuando ella tenía 25 años de edad. ¡Cesto! Tuvieron tres hijas: Martha, Tania y Magui.
En la ciudad de La Paz continuó la carrera docente durante siete años, llegó a ser directora encargada de la escuela Costa Rica. Luego volvió a Irupana, donde se hizo cargo de la dirección de la escuela Agustín Aspiazu. “Ya el personal docente no era el mismo, eran jóvenes, no tenían ese espíritu de superación”. Así llegó la jubilación, luego de haber disfrutado 38 años de su vida en el magisterio.
La profesora Molina siente que la educación está viviendo una grave crisis y cree que los profesores tienen gran parte de la responsabilidad: “Ya no hay esa entrega, esa mística”. Valora la formación teórica de los educadores, pero considera que les falta lo más importante para el ejercicio docente: la práctica.
Pese a que ya no asiste a las aulas, tiene instalado un pizarrón en su casa en el que nunca faltan tizas. Muchos niños y niñas de Irupana la visitan para que refuerce sus conocimientos sobre Matemática y Lenguaje. Ella lo hace con mucho gusto, con el mismo que lo hacía aquellos lejanos años cuando jugaba a ser maestra...
(*) Guimer Zambrana Salas es periodista.
Muchísimas gracias por la publicación de este artículo, me encuentro demasiado conmovido y contento por tener noticias de mi primera profesora, la que guió mis pasos durante los cinco años del nivel básico en la escuelita Costa Rica de la ciudad de La Paz.
ResponderEliminarQuerida Prof. Herminia, siempre la recuerdo, la extraño, la quiero desde lo mas profundo de mi ser. Usted fue como una madre para mi.
Atte.
Cnl. Marco Ugarte