Ingresa el profesor a un aula y saluda: “Buenos días alumnos”, los niños de la escuela Centro Boliviano Japonés responden: “Buenos días, profesor”. Por la tarde, los mismos pequeños, en el mismo colegio, agachan la cabeza, hacen una venia mientras ingresa el maestro y saluda: “Konichiwa, himosami guenkideska” (Hola, cómo están todos), y los alumnos responden: “Konichiwa, guenkides” (hola, todos bien)”.
Es que ese establecimiento, al igual que otros tres de la comunidad cruceña Okinawa 1, enseña la currícula normal boliviana y otra en japonés.
La escuela tiene una insfraestructura amplia y, al ingresar, el visitante se transporta a Japón, ya que sus aulas, su patio, el punto de acopio de las bicicletas y hasta la campana tienen características de esta nación.
Suena la campana, son cerca de las 11.00, los niños salen al patio para disfrutar de su recreo, pero al ver una visita, inmediatamente inclinan la cabeza. Es el saludo común y normal para ellos.
“Ya sé leer. Me gusta escribir y también jugar”, dijo Tsubasa Ricardo Isiki, un niño de seis años que cursa el primero de primaria, quien con una rama que sostenía entre sus pequeñas manos hacía movimientos de ninja y gritaba “¡ya... ya... ya..!”.
Cerraba con fuerza sus ojos rasgados mientras mostraba sus habilitades en este arte. Entre los demás niños, el único idioma que se escuchaba era el japonés.
COSTO. El director del establecimiento, Germán Bravo, informó que la mensualidad del colegio es de 50 dólares por turno. “Por la mañana se dicta clases de la currícula boliviana, y por la tarde se brinda la de Japón, donde maestros de ese país enseñan el idioma, su cultura y sus deportes”.
Para que los estudiantes de primero a octavo de primaria aprendan todos sus deportes, el colegio tiene una piscina de 25 metros, un coliseo para practicar varias disciplinas y una pista de atletismo reglamentado.
Bravo explicó que actualmente hay 78 estudiantes en en Centro Boliviano Japonés, pero que no todos son de ese origen, sino que ahora existe mestizaje.
“Hace 10 años, cuando también era director, todos los alumnos eran japoneses, pero ahora hay apellidos como Cuéllar Somisha o Kishimoto Justiniano”.
OTROS COLEGIOS. Satoshi Higa Taira, de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, contó que en 1954, cuando los japoneses llegaron a Bolivia, instalaron colegios privados, pero no pudieron mantenerlos.
Después abrieron escuelas de convenio. “Entregamos terrenos a cambio de que dicten clases maestros bolivianos, pero entre los 70 y 80, los paros y las manifestaciones del magisterio boliviano eran muy incontrolables, por eso tuvimos que construir uno particular”.
Posteriormente, Higa contó que los evangélicos metodistas edificaron la escuela y, unos años después, los católicos se encargaron de edificar otra. “Ahora tenemos cuatro establecimientos sólo en Okinawa I”.
Explicó, asimismo, que existen otros establecimientos en las zonas rurales y, producto del Impuesto Directo a los Hidrocarburos, está en edificación uno fiscal.
Maestra nipona da clases de voley y básquet en el campo
Sin hablar ni entender español; sin conocer y ni haber escuchado sobre Bolivia, Nozomi Toyabe, una joven japonesa de 25 años, llegó al país hace 21 meses para cumplir con su voluntariado y ser maestra de voley y básquet en cuatro establecimientos cruceños que están en la comunidad de Okinawa, se trata de Puerto Nuevo, Metodista, Rancho Chico y San Francisco Javier.
“Cuando supe que venía aquí (Bolivia) me asusté, porque nunca supe de este país; por un momento me desanimé, pero después me dijeron que estaría junto a una comunidad japonesa, lo que me ayudó a tomar la decisión.
“Ahora me encariñé con mis alumnos, aunque aún me cuesta entender el idioma”, destacó Nozomi mientras enseñaba a sus estudiantes bolivianos, de cuarto a octavo de primaria, en Rancho Chico, el lanzamiento de la pelota de básquet.
“Me iré (en tres meses más) con la satisfacción de haber enseñado técnicas de básquet que los chicos no sabían”.
Un museo traslada a los años 50, cuando llegaron al país
“Miro estas prendas (ropa japonesa) y me recuerdan esos momentos, cuando mis padres se sentaban a mi lado y me contaban sobre el costo que significó para ellos llegar a este país. Decían que llevaban esta ropa”, contó Yukitaka Shomiva, un hombre de 46 años que observaba atentamente el atuendo de los japoneses en el museo de la comunidad de Okinawa.
En el ambiente hay salas específicas que exponen los artefactos y materiales que trajeron los japoneses para instalarse en Bolivia desde 1950, además de los instrumentos musicales nativos, como la Samshim, y de su moneda. Sin embargo, también están los instrumentos de agricultura y los deportivos. Por eso, actualmente, los japoneses siguen manteniendo esas actividades que fueron importantes para sus antepasados. “Ahora tocamos música y bailamos al son de nuestras melodías”.
La diabetes también es un mal recurrente entre los japoneses
El secretario general del Hospital de la Asociación Boliviana Japonesa de Okinawa, Satoshi Higa Taira, informó que “últimamente se han presentado muchas enfermedades metabólicas entre la comunidad nipona, como la diabetes tipo II, hipertensión arterial y los cálculos renales. Eso está llamando la atención”.
Higa explicó que esas enfermedades no existían en la comunidad, pero debido a que los nipones se casaron con bolivianos, comenzaron a ingerir otro tipo de alimentos que propiciaron esos males. Puntualizó que “los malos hábitos son un factor determinante”.
En ese hospital de segundo nivel, cada día se atiende a 35 pacientes, entre japoneses y nativos, la consulta cuesta 25 bolivianos y existen especialidades, como ginecología y dermatología, entre otras.
Verónica Zapana Salazar
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