26.7.12

Santa Ana, 120 años de generaciones

Cecilia Dorado N.

Los amplios ventanales que bordean el pasillo la transportan a 1979. Corita Osuna deja su cartera y, como la estudiante de aquel entonces, se sienta, recuerda los recreos y cuenta entre risas que era allí donde solía dejar al descuido sus frenillos.

El colegio Santa Ana, que hoy cumple 120 años en Santa Cruz, aún conserva su antigua infraestructura (hoy en manos de privados), pero varios de los ambientes y aulas ya tienen otro uso. Por allí pasaron generaciones enteras y muchas nietas y bisnietas siguen la tradición familiar.

Corita, hoy directora del kínder Club de Leones, camina por el pasillo y abre uno de los portones de madera donde pasaba clases de música. “Aquí había un piano de cola”, dice mientras recorre la mirada por la sala llena de mesas y sillas, que hoy es parte del restaurante Santa Ana.

Su madre, Elba Arano, sale al paso y aclara que en su época aparte del piano de cola había otros más sencillos donde aprendían las alumnas. Ella salió bachiller en 1958 junto a otras 17 estudiantes. “Éramos traviesas, en una de las esquinas del colegio había plantas de macororó y con los frutos armábamos una guerra entre nosotras, pero un día le logramos a un profesor y nos castigaron una hora paradas en el sol”, recuerda riendo.

Elba nunca olvidará a sus grandes maestros como el escritor e historiador Hernando Sanabria Fernández, profesor de historia y geografía. “No- sotros rompimos el hielo con Paraguay, después de la Guerra del Chaco. Queríamos ir a Brasil como viaje de promoción, pero el doctor Sanabria nos sugirió ir a Paraguay, así que nos fuimos por tren hasta Corumbá y de ahí por avión a Asunción. Visitamos al presidente Alfredo Stroessner y él atendió muy bien a nuestra delegación”, relata.

A Aida ‘Biyú’ Suárez, reconocida escritora, también le brillan los ojos al recorrer por los viejos pasillos del colegio. De pronto se detiene y dice: “Aquí en la entrada, todos los días estaba la madre Delmirita. Ella daba buena suerte, cuando uno tenía examen le pedía ‘madrecita, bárramelo mi examen’, entonces sacaba una escobita de San Martín de Porres de su bolsillo, la pasaba por la hoja que uno había estudiado y justo nos tocaba las preguntas que queríamos”, confiesa Aida, que con los años llegó a ser profesora de inglés del colegio y hoy es directora de Secundaria. “El colegio es mi vida, hasta mi hijo salió bachiller de aquí”, dice con orgullo.

Ana María Molina, bachiller de 1959, se sienta en la jardinera, a la sombra de un enorme y frondoso árbol en el patio principal. Recuerda que en secundaria ella fue protagonista de la obra de teatro Buscando estrellas, sin imaginarse que el autor, Germán Coímbra Sanz, entonces profesor de literatura, llegaría a ser su esposo con el paso de los años.
Su hija, Carla Coímbra, de la promoción 1985, confiesa que estar ahí le trae a la mente los recreos y un sinfín de recuerdos que aparecen como “flashes”. “Como nuestro curso estaba en una esquina del patio, en la parte más oscura, desenroscábamos los focos para no dar examen en la clase del profesor de historia, Mario Peña”, relata y dice que, pese al paso del tiempo, su promoción sigue reuniéndose y disfrutando de las anécdotas.
Su sobrina, Eva Canedo, también estudia en el Santa Ana, pero en sus nuevas instalaciones de la radial 27, entre cuarto y quinto anillo. Es la cuarta generación porque la bisabuela de la familia paterna, Eva Sanz, también estudió ahí.

La congregación Hijas de Santa Ana, a la cabeza de la madre Rosa Gattorno, inició su labor en Santa Cruz en 1892, pero encargó la construcción de su edificio de la calle Ingavi en 1953, obra a cargo de Pablo Nuytens. Inicialmente solo tenía primaria, pero en 1951 sacó las primeras ocho bachilleres.
En 1992 fue el último año que funcionó en el centro de la ciudad. Hoy, en sus nuevas instalaciones, acoge a más de 1.000 alumnos.

Elena Baldivieso, directora de primaria, reconoce que educar es una tarea complicada; sin embargo, “el niño entiende cuando se le habla con cariño, se le dice las cosas como una madre. Desde los tres hasta los seis años el niño es como una esponja, el 60% de lo que será en su vida aprende a esa edad. Tenemos que pedir mucha sabiduría a Dios para saber encaminarlos”.

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